En la presentación en Barcelona de Fernando Botero. Un maestro universal, Juan Carlos Botero recordó que su padre decía que “el mayor aporte de un artista a la historia de la pintura es la creación de un estilo, porque en el estilo están reunidas la totalidad de las ideas, las convicciones del artista plasmadas en cada una de sus telas”. Sin ninguna duda, Fernando Botero pertenece a esa casta de creadores que han logrado construir un estilo universal, inconfundible y reconocible. Una “filosofía visible” alabada por los críticos y venerada por un público entregado.

La última cita destaca por su tamaño y ambición, pero también —y sobre todo— celebra la potencia inspiradora de un artista excepcional. Su hija, Lina Botero, y la experta en su obra, Cristina Fernández de Albornoz, son las comisarias de esta magnífica exposición que reúne en el Palau Martorell de la capital catalana un corpus de más de 110 obras, dos de ellas nunca expuestas al público. La muestra, la más completa celebrada en nuestro país hasta la fecha, rinde homenaje a uno de los artistas más relevantes del siglo XX, un trabajador incansable y un enamorado confeso de la vida.

Dibujar, su gran pasión

Lina Botero y Cristina Carrillo de Albornoz, comisarias de la muestra/Cortesía Palau Martorell

Siempre supo que quería ser pintor. Ha pasado poco más de un año desde que Fernando Botero, nacido en Medellín en 1932, falleciera en septiembre de 2023 en su residencia de Mónaco. Cuentan que estuvo trabajando, “aprendiendo la compleja técnica de la pintura”, prácticamente hasta el final de sus días.

“Empecé a pintar a los quince años, y desde entonces nada ha podido hacerme parar. Vivo con un hambre constante de arte. Mi objetivo es explorar los problemas fundamentales de la pintura. Nunca he encontrado otra cosa en la vida que me proporcione tanto placer”.
El artista que celebraba la vida, abordó el tema de la violencia en dos ocasiones/Cortesía Palau Martorell

El pintor y escultor colombiano aprendió de forma casi autodidacta de los grandes clásicos de la pintura. Su estilo y su destino comenzaron a labrarse primero en Madrid, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y en el Museo del Prado, donde trabajó como copista de Goya, Velázquez o Tiziano; después, durante su estancia en Florencia, estudiando a los maestros del Renacimiento italiano. Todos ellos dejaron una huella imborrable en su obra.

Así, poco a poco fue nutriéndose de una larga tradición hasta convertirse en un clásico moderno, convencido de que “la riqueza de un artista consiste en la fusión de influencias que han marcado su vida y su trabajo”. Porque, a diferencia de muchos artistas que prefieren ocultar sus influencias por creer que denota falta de originalidad, él, explica su hijo, “vivía orgulloso de sus influencias y quería que se notaran y se apreciaran. Decía que la primera muestra del talento está en las bases en las cuales se apoya, en las influencias de los precursores que utiliza un artista para crear su obra”.

Versionando a los clásicos

La Menina, según Velázquez, nunca había sido expuesta al público/Cortesía Palau Martorell

Fernando Botero entendió como nadie que los clásicos merecen ser imitados, quizá porque creía que desafían el paso del tiempo, situándose en un presente perpetuo que no entiende de barreras y dialoga con la actualidad. Fruto de esa premisa, se “apropió” del trabajo de sus referentes para transformarlos en obras originales fieles al “estilo Botero”.

Los afortunados visitantes podrán admirar algunas de sus versiones más famosas: Los Arnolfini, según Jan van Eyck; el díptico Según Piero della Francesca; La señorita Rivière, según Ingres, o La Fornarina, según Rafael. También dos piezas inéditas hasta la fecha: La Menina, según Velázquez, nunca expuesta al público porque estuvo siempre colgada en su estudio de París, y Homenaje a Mantegna, de 1958, un préstamo extraordinario de una colección privada de Estados Unidos, encontrada recientemente por Lina Botero, a través de Christie’s, después de más de cuatro décadas en paradero desconocido.

Temáticas recurrentes y series emblemáticas

Sus raíces siempre estuvieron presente en su obra/Cortesía Palau Martorell

Fernando Botero. Un maestro universal ha sido organizada y producida por el Palau Martorell y Arthemisia, en colaboración con la Fundación Fernando Botero. Estamos ante una espléndida exposición que condensa la complejidad y la riqueza de uno de los artistas más respetados y cotizados del mundo.

El recorrido transita por la diversidad temática de su trabajo a través de sus series más icónicas. Además de los clásicos versionados, están las dedicadas a su querida Latinoamérica y sus raíces colombianas, el circo, la religión, la naturaleza muerta o la violencia, un tema que, según destaca Lina Botero, “representó un paréntesis en su obra, cuya filosofía principal era más bien celebrar la vida, enaltecer al ser humano”.

Homenaje a Mantegna, una de las piezas estrella de la exposición/Cortesía Palau Martorell

Aun así, y aunque estaba firmemente convencido de que “el arte debía producir placer”, a lo largo de su prolífica trayectoria hubo dos momentos en su producción artística en los que se distanció de esta premisa para abordar la crueldad, el terror y el horror que estaba sucediendo a su alrededor. Uno fue la violencia que sacudió Colombia, el otro, las torturas a prisioneros perpetradas por soldados norteamericanos en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak.

La escultura, aunque en menor medida y de pequeño formato, también está presente. El Rapto de Europa es una de ellas. “Mi pasión extrema por la forma me llevó a la necesidad de convertir los motivos de mi pintura en verdaderos volúmenes tridimensionales y táctiles”, decía. Porque el genio de Medellín siempre pedía a la gente que tocase sus esculturas. Que se lo digan al gigantesco Gato que campa en la barcelonesa Rambla del Raval, a la Mujer con Espejo recostada en una céntrica calle de Madrid, o a cualquiera de sus monumentales esculturas que decoran ciudades de todo el mundo.