Hay un lugar más allá de las montañas en el que el pensamiento se disuelve entre viento y salitre, en el que el rugido de lo salvaje revienta las frases hechas y derrumba los circunloquios autocomplacientes. Es un lugar tan estremecedoramente solitario que provoca miradas nerviosas en todas direcciones como si alguna sombra estuviera esperando su momento.

Es un espacio tan intenso que narcotiza el disparador del fotógrafo más entusiasta. Porque aquí hasta los ojos tiemblan: la presencia de lo sublime es asunto del alma, no de miradas. Este lugar se llama la playa del Cofete y está en Fuerteventura.

Descubriendo la playa del Cofete

Playa del Cofete
Fuente: Unsplash

Cuentan que Ridley Scott llegaba aquí en helicóptero a rodar. Que la serpenteante y temida carretera de tierra que conecta Morro Jable con el Cofete era demasiado lenta y peligrosa para él. El director de Alien o Blade Runner ha sido uno de tantos viajeros extasiados ante la belleza prístina de esta playa de otro mundo. El cineasta británico eligió el Cofete para rodar algunas escenas de su película Exodus, que recreaba el mito bíblico de Moisés. Tras el profeta llegaría otro mito: Han Solo también encontró en Fuerteventura un buen lugar para aparcar el Halcón Milenario.

¿Y qué tiene el Cofete que atrae por igual a profetas y a contrabandistas intergalácticos? Son 14 kilómetros de arena fina protegida por las crestas del macizo de Jandía, un poblado con un puñado de casas, la indescifrable Villa Winter y se acabó: no hay más… Nada más que naturaleza en estado salvaje. Es fácil imaginar que esta playa haya permanecido sin alteraciones en los últimos miles de años, que apenas haya variado desde que el primer ser humano puso su pie aquí.

Es justamente esta pureza natural la que ha convertido la playa del Cofete en un mito canario, en uno de los lugares más deseados de las ‘Islas Afortunadas’: porque poseer un espacio así no es suerte, es una bendición. Y es que el Cofete ha resistido arrogante las embestidas del turismo protegido por esa pared que separa este territorio del resto de la isla. Para llegar al Cofete hay que sudar, ya vengas andando, en bici, en coche o en autobús. Los tímidos proyectos para turistificar esta zona no pasaron del papel. Lo dieron por imposible. La playa del Cofete se queda como está, por los siglos de los siglos. Lo dicho, una bendición.

Playa del Cofete
Un coche recorre la pista que lleva al Cofete. Al fondo, el macizo de Jandía y la inexpugnable pared. Fuente: Unsplash

En las agencias de alquiler de coches avisan. Y el que avisa no es traidor. Saben que los turistas más ambiciosos que llegan a Fuerteventura tienen el Cofete marcado en rojo. Si vas a meterte con un turismo sin tracción a las cuatro ruedas en la pista que lleva al Cofete el seguro no te cubre un problema. Y cuidado si tienes vértigo. Eso tampoco lo cubre el seguro.

Por eso lo mejor es tomárselo con calma y llegar al Cofete andando, a través de los senderos que parten de Morro Jable y que cruzan el macizo de Jandía. No se ha inventado un adjetivo para calificar las vistas desde lo alto de la montaña. Y tras el exigente descenso (cuidado si vas en bicicleta), un cementerio, un poblado, una estatua de un pastor con su perro, la playa… y la Villa Winter.

El enigma de la Villa Winter en la playa del Cofete

Playa del Cofete
La Villa Winter en las faldas de la montaña que protege la playa del Cofete. Fuente: Wikipedia

Como si no estuviéramos suficientemente embrujados con la belleza de la playa, el Cofete nos ofrenda con un enigma que 75 años después sigue sin resolverse. ¿Qué pinta una casa así en uno de los lugares más inhóspitos de Fuerteventura? ¿Quién y para qué querría construir una villa en un lugar de tan difícil acceso, que aún sería peor a mitad de siglo XX?

Varios libros ambientados en la isla, especialmente la novela Fuerteventura de Alberto Vázquez-Figueroa publicada en 1999, devolvieron a la actualidad aquella leyenda que por entonces estaba enterrada, una leyenda que tiene nombre y apellido: Gustav Winter. El escritor canario fue el principal responsable de inocular intrigas en la figura de este personaje… y de paso promocionar un poco más su novela.

Nacido en 1893 en Zastler, en la Selva Negra alemana, el ingeniero y emprendedor Gustav Winter llegó por primera vez a Canarias en 1925. Con poco más de 30 años, ya había estado en Sudamérica con diversos proyectos… y en un barco-cárcel (del que huyó) como sospechoso de espionaje durante la I Guerra Mundial. Es así como arranca la leyenda negra de Winter, de su doble vida como espía al servicio del Reich.

Playa del Cofete
Sendero que cruza el macizo de Jandía de camino a la playa del Cofete. Fuente: David Rubio

Su experiencia como ingeniero eléctrico le llevó primero a instalar una central en Las Palmas de Gran Canaria que llegó a inaugurar Primo de Rivera. Años más tarde, Gustav pone sus ojos en Fuerteventura que considera una perla salvaje ideal para sus ambiciosos proyectos. El genio loco de Winter pretendía desde electrificar toda la isla hasta lanzar una industria pesquera o montar una cementera.

Pero estamos a finales de los años 30 y para conseguir financiación alemana para tales proyectos hay que hablar con el Reich. Es entonces cuando Winter empieza a entrar en contacto con altos cargos nazis, entre ellos Hermann Göring con el que se asocia para elaborar un Vierjahresplan, uno de los ambiciosos planes cuatrienales de la adiministración hitleriana. En 1938, Winter lidera la expedición del buque Richard Ohlrogge para elaborar mapas y explorar la zona de Jandía. ¿El objetivo? Secreto.

Playa del Cofete
Fuente: Wikipedia

Alex M. Peer, biógrafo de Gustav Winter —que ha escrito un libro con el apoyo de la familia Winter, la cual siempre ha negado cualquier filiación nazi de Gustav— afirma que se trataba de un proyecto de explotación comercial, no militar. Pero otras teorías sugieren que el objetivo último de la presencia de Winter en Fuerteventura era servir al Reich con todo tipo de proyectos secretos.

Y es aquí donde entra la Villa Winter y el entorno del Cofete. Desde 1937, el ingeniero alemán firmó un contrato de arrendamiento con los herederos del Conde Santa Coloma para explotar la península de Jandía. Pocos después, y tras la mencionada expedición de emisarios nazis, se valla el acceso a la península de Jandía. Y se empieza a construir una villa en mitad de ninguna parte.

En el extremo sur de Jandía todavía se reconocen los restos de un aeródromo abandonado. También se dice que la zona pudo ser el centro de operaciones de repostaje de los submarinos alemanes de la II Guerra Mundial o que en algunas de las estancias de la casa se han encontrado restos de probetas y otros instrumentos que podrían sugerir que la Villa Winter era una clínica estética en la que los nazis huidos con la caída del Reich se daban los últimos retoques antes de fugarse con ‘cara nueva’ a Sudamérica. Y él no va más: que la Villa Winter estaba diseñada como último refugio de Adolf Hitler y Eva Braun.

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¿Y si Gustav Winter construyó esta casa solo por las vistas? Fuente: Wikipedia

Lo cierto es que, tras la II Guerra Mundial, Winter apareció en la lista negra de espionaje alemán de los aliados, aunque finalmente se libró, suponemos que aportando pruebas concluyentes. Y lo cierto también es que la villa sigue envuelta en misterio —incluyendo cámaras y sótanos tapiadas y aún inaccesibles— amplificado también por sus últimos habitantes, los Fumero, que cuidaron la casa a los Winter durante décadas. Fue así hasta 1997, fecha en la que los herederos de Winter vendieron la casa a la constructora Lopesan, que sopesó la posibilidad de construir en ella un hotel. ¿Un hotel en el Cofete? Sería como tratar de envolver lo sublime con un lazo, como poner puertas al mar.