En octubre de 1904, Lluis Domènech i Montaner, uno de los arquitectos más importantes del modernismo catalán, redescubre una serie de iglesias de la Vall de Boí en la Alta Ribagorça de Lleida. Queda maravillado ante la belleza y coherencia estilística de sus templos.
Un siglo más tarde, el Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco aprueba la inscripción de las iglesias románicas de la Vall de Boí en la lista de protección internacional: el máximo reconocimiento para uno de los hitos más relevantes del Románico español.
La Vall de Boí, el esplendor del primer románico catalán
Pese a sus diversas variantes espaciales y temporales, el Románico es considerado el primer estilo arquitectónico internacional en el continente europeo. Surge paralelamente en Francia e Italia desde enclaves como la abadía de Cluny en Borgoña o San Ambrosio de Milán. Sería esta segunda variante de este estilo en formación en el que llega a la Vall de Boí.
Desde Ripoll, Cuixá y Vic, el Abad Oliva es el gran impulsor de esta renovación arquitectónica que se irá extendiendo por el resto de la península, aunque con influencias diversas, francesas en la mayor parte de los casos, a medida que avanzan los cristianos hacia el sur y se hace necesaria la acelerada construcción de templos.
Pero los condados catalanes quedan al margen de este proceso repoblador desde el siglo IX, aunque no de las tensiones políticas y religiosas entre los propios condados que, en la Vall de Boì, eran tres: Ribagorça, Pallars Jussà y Pallars Sobirà.
Los señores de Erill serán los dominadores de la Vall desde finales del XI que, junto al obispado de Urgell, serán los impulsores de estas construcciones religiosas.
Así pues, la unidad estilística que caracteriza a las iglesias de la Vall de Boí no se debe a un "plan", sino a las circunstancias: un dominio político-religioso único y la presencia de un grupo de expertos maestros de obras y artesanos lombardos.
Recorriendo el Románico de la Vall de Boí
Resulta apasionante leer algunas de las crónicas de los primeros "redescubridores" del Románico de este valle que, hace un siglo, hasta pusieron en peligro sus vidas por analizar estas construcciones.
Tras el pionero Domènech i Montaner, y en plena Reinaxença, otra expedición más ambiciosa llegó al valle al final del verano de 1907. Fue comandada por Puig i Cadafalch, otro tótem del modernismo catalán.
Las condiciones meteorológicas y la impracticabilidad de los caminos complicaron mucho la expedición que, no obstante, fue clave para la reivindicación de este grupo de construcciones medievales.
Aunque ellos llegaron por el norte, atravesando el Portillon, como si fuera una etapa del Tour, nosotros comenzamos la ruta en Cóll, por el sur, que las carreteras actuales no son los caminos que se encontraron aquellos pioneros.
Cóll es un pueblito de unos 25 habitantes que se ubica a unas dos horas en coche al norte de Lleida. Y aquí se encuentra la iglesia de la Asunción en la que destaca el impresionante crismón sobre la portada, el más representativo del valle.
Formando parte actualmente de un cementerio, en esta iglesia no faltan las arquerías ciegas que son la seña de identidad decorativa del Románico de la Vall de Boì.
Un poco más al norte, llegamos a Cardet, donde su iglesia destaca por su espectacular ábside, ya con bandas lombardas en su exterior, que se construyó sobre la empinada pendiente del valle. Esta peculiaridad orográfica permitió también construir una cripta en el interior, la única de todo el valle.
Y es que lo interesante de este recorrido, como vemos, es que, a pesar de la unidad estilística del conjunto, todas las iglesias tienen personalidad: en todas puedes descubrir algo diferente. Y todos tienen una preferida, y no siempre coinciden... aunque la más famosa, sin duda, sea San Clemente de Taüll.
Pero Taüll es el final de nuestro camino. Primero debemos visitar San Félix de Barruera que nos sirve para diferenciar dos épocas dentro del Románico: los arquillos ciegos, las bandas lombardas y el aparejo irregular del XI y los sillares del XII que puedes apreciar en el ábside.
Desde Barruera nos debemos desviar hacia el este para visitar el pueblo de Durro, con su algo más de un centenar de habitantes. Aquí se encuentra, en primer lugar, la iglesia de la Natividad que fue remodelada varias veces entre los siglos XVI y XVIII, perdiendo esa unidad estilística que se mantuvieron en otros templos vecinos. No obstante, ganó en monumentalidad que se puede apreciar tanto al interior en sus capillas góticas, como al exterior con su gran porche.
Y al sur del pueblo, sobre la montaña de Durro, a más de 1.500 metros de altura, la rara avis del conjunto del valle, la ermita de Sant Quirc, un pequeño edificio en el que también conviven soluciones románicas y góticas ofreciendo uno de los mejores paisajes de la comarca.
De nuevo en la L-500, la carretera principal del valle, seguimos hacia el norte para visitar Santa Eulalia de Erill la Vall, con su impresionante campanario, uno de los iconos del conjunto: se trata de una hermosa torre de planta cuadrada con seis pisos y decoración ortodoxamente lombarda, arquillos ciegos y frisos de dientes de sierra.
Y en el interior, una copia del único grupo escultórico completo del taller de Erill: una impresionante muestra de la enigmática talla románica en madera.
Y tomando la carretera de Taüll llega el final de nuestro camino. Primero en Boí, la localidad de más de 200 vecinos que lleva el nombre del valle y en la que se encuentra la iglesia de San Juan, la construcción que conserva más elementos propios del siglo XI, incluyendo un magnífico conjunto de pinturas murales.
Para evitar que las pinturas se perdiesen (o fuesen vendidas a museos extranjeros como sucedió con los frescos de Santa María de Mur), se decidió revocar estas pinturas con la compleja técnica del strappo conservándose hoy en día en el Museu d’Art i Arqueologia de Barcelona.
¿Y qué decir de San Clemente y Santa María de Taüll? Estamos hablando de, no solo emblemas del románico catalán, sino del románico continental, gracias, por ejemplo, al Cristo en Majestad de San Clemente, una de las imágenes más reproducidas de la historia del arte catalán y que dejó extasiado a Domènech y Montaner cuando las descubrió en su visita.
Si San Clemente es el prototipo de iglesia románica de planta basilical (a saber, tres naves separadas por columnas y cubierta de madera a dos aguas, cabecera con tres ábsides y torre campanario), Santa María (consagrada un día después de San Clemente, el 11 de diciembre de 1123) cuenta con un icónico campanario, la "Torre de Pisa" del Románico catalán, además de otro ciclo de pintura mural, cuyo original también está en Barcelona.
Y aquí, en esta localidad ubicada a 1500 metros de altura, en pleno Pirineo leridano, termina esta ruta, mucho más sencilla que la de aquellos pioneros de principios del xx, pero igualmente estimulante.
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